domingo, noviembre 6

*Historia de dos.

    Ahora, sentados en la cama, mirando hacia la ventana, observando cómo caen las últimas gotas de rocío. Me agarraste la mano. No te miré, simplemente me limité a pensar en aquellos tiempos en los que mi piel era lisa y suave como una uva, y no ahora que está como una pasa. En los que mi pelo castaño largo, brillaba más que el Sol. En los que mis ojos, color miel, veían más allá de las apariencias. En los que mis piernas funcionaban mejor.


    Seguimos sentados, agarrados de la mano, en éste lúgubre asilo. Lo único por lo que lucho es por seguir estando a tu lado, porque me mires, porque me hables, porque me escuches con tu mirada.


   Hoy decidí coger mi libreta, sucia y mohosa. La tengo desde aquellos maravillosos días en los que la Luna brillaba más que el Sol. Como ya no me quedaban más páginas donde seguir escribiendo, decidí agrandarla; con unas grandes anillas y muchísimas hojas blancas, que serían en un futuro una gran aventura. La vida. Mi vida.


   La abrí por una página al azar, observé el título: "18 de diciembre 1958" y leí un poco en voz baja. Se me escapó una lágrima y comencé a leer para ti.


" ¿Te acuerdas cuando me juraste quererme toda la vida?

Todavía recuerdo ese día, los dos solos, sentados en un banco. La luna estaba en el cielo, negro. Tu cara estaba iluminada, amarillenta por la luz de una farola. Nos quedamos callados durante largo tiempo. Miraste al cielo y dijiste; ¿Por qué abrimos la boca cuando miramos hacia arriba? Yo me empecé a reír. Pero no era una risa escandalosa, si no una sonrisita suave, muy leve, con una, casi insonora, risita de timidez. Yo te dije que no sabia, pero que te la cerraría si se te abre de nuevo. Tú aceptaste a cerrármela también cuando ésta se abriese automáticamente.
Miré el reloj del móvil. Eran las 20:27. Te dije que me tenia que ir. Te quedaste decepcionado, parecía que quisieras quedarte conmigo toda la vida. Sugeriste acompañarme, aunque lo ibas a hacer de todas maneras. El trayecto lo pasé junto a ti, cogida de tu mano. Me sentía protegida, arropada pero sobretodo querida y amada.
Al llegar, no querías soltarme la mano. Sinceramente, yo tampoco, pero me tenia que marchar. Me diste un beso. Yo te lo devolví. Me miraste y yo te devolví la mirada. Todas las estrellas del firmamento se reflejaban en tus ojos. En tus grandes ojos color Coca-Cola. Tan cerca los tenía que los podía saborear.
Ya era la hora de mi despedida. Me tenía que ir. Te volví a besar. Me volviste a besar. Te abracé y te dije: No te alejes de mí nunca, sin ti no seria nada. Nada de lo que es tendría sentido si no lo comparto contigo, nada de nada seria lo que es sin tu mirada, sin tus abrazos, sin tus besos. Sin ti.
Se te resbaló una lágrima, me dijiste que me amabas y que sin mi no eras nada. Esa noche significó mucho para mi, demasiado. No podía alejarme de ti, quería tenerte conmigo, no solo en mis sueños, compartiéndolos conmigo abrazados en mi cama. Se me calló una lágrima, no podía más. Te besé, me besaste. Nos besamos. Me abrasaste. Te abrasé.
-Adiós, debes irte.
-No quiero, no puedo.
-Es la hora mi vida.
-Te amo.
-No más que yo.
-Eres mi vida.
-Y tú la mía. Más que eso. Y ahora vete. No quiero que sigas sufriendo.
-Que descanses mi amor.
-Soñaré contigo mi vida.
-Yo lo hago aunque tú no me lo pidas.
-Te adoro. 
Me fui."
      
      Cerré el cuaderno. Se te caía una lágrima pero no dijiste nada. Sabía en lo que pensabas. Pensabas en lo felices que hemos sido juntos, a pesar de nuestras peleas. Pesabas también en mí y en cómo me conociste. En mis besos, mis abrazos. En las noches que te abrazaba cuando tenías miedo del futuro con ganas de vivirlo conmigo.
     Al rato se te escaparon unas palabras de tu boca, corroída y seca por la vejez. No las entendí muy bien, pero te leí los labios:
- Te adoro. Gracias por darme una vida que nunca nadie podrá tener, porque eres única, inigualable. Gracias por quererme y por amarme tal y como era. Por respetarme y comprenderme. Te amo mi vida.- terminaste.
- Y yo también, amor.- respondí.
Esas fueron tu últimas palabras, te apoyaste en el cabecero de la cama y te quedaste mirando hacia la ventana. Tu respiración se cortó pero tu corazón seguía latiendo, pero cada vez con menos fuerza. Tenías los ojos abiertos, y te los cerré lentamente mientras me apoyaba sobre tu pecho suavemente, para oír tus últimos latidos. Sentía un vacío, pero a la vez una sensación de satisfacción. 
     Te cogí de la mano, y coloqué la libreta en la mesa de noche. Te miré por última vez, te besé y me acosté a tu lado, apoyada sobre tu pecho. Tu corazón ya casi no latía. Y antes de caer en el sueño de la muerte, observé por última vez la libreta, mirando cómo sobresalían las páginas mohosas y arrugadas. Mi pasado. Un pasado que fue solo NUESTRO.

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